lunes, 23 de noviembre de 2009

Jack El Destripador


"Bajo las crudas e impresionantes alusiones se halla el significativo retrato del Hombre Obsesionado, cuya transición del pasado al futuro nos deja con una profunda visión del Hombre Violento de hoy. Porque Jack el Destripador está con nosotros ahora. Merodea de noche, huyendo del sol en una búsqueda de la deslumbrante incandescencia de una realidad interior. La víctima inevitable y definitiva del Destripador es siempre él mismo".
Robert Bloch

Aunque la figura del asesino serial sea tan antigua como el hombre, fue hasta el siglo XIX que el prototipo de este siniestro personaje cristalizaría en el imaginario colectivo. Y lo haría a través de un homicida cuya identidad nunca fue descubierta, o por lo menos, revelada: la de Jack, el Destripador, quien entre agosto y noviembre de 1888 aterró el lado Este de Londres, concretamente la zona de Whitechapel.

Sobre Jack (quien sólo eliminó a cinco prostitutas), se han escrito más libros que sobre todos los presidentes estadounidenses. Y si bien su conteo personal de víctimas no pasó de media decena, caló hondo en la historia a causa de la saña con que cometió sus crímenes, y sobre todo, por el misterio que siempre rodeó su figura.

Siempre mataba de noche y en fines de semana. Más que cantidad nos brindó calidad. Un detallista que optaba por una minuciosidad artesanal, en vez de la mera producción en serie.

El asesino psicótico, figura importantísima en la literatura de horror, posee dos características que hacen su sombra más ominosa: nadie conoce su forma y nunca es posible saber cuando aparecerá. Es una sombra afilada. Quienes lo representan son sus víctimas, los rastros sanguinolentos que deja tras de sí. A veces los despojos son terriblemente convincentes, los más extraños y entusiastas representantes que puedan imaginarse, forjadores de pesadillas. Los cadáveres de Jack fueron más lejos: tejieron una leyenda. Era, como lo es siempre, como lo es ahora, el tiempo de los asesinos.

Fue Mary Ann Nichols "Polly" quien inauguraría la lista de sus víctimas el 31 de agosto (aunque algunas crónicas de la época aseguran que fue la quinta víctima). Su cadáver apareció en Buck's Row. Presentaba dos cortes profundos en el cuello. Jack la evisceró; sus intestinos aparecieron colocados entre sus piernas, y su abdomen fue abierto en canal.

La segunda fue Annie Chapman, muerta el 8 de septiembre y hallada en el número 29 de Hanbury Street. Decía el informe del médico forense: "Sus intestinos estaban a un lado del cuerpo sobre su hombro derecho. Había mucha sangre, con parte de su estómago junto al hombro izquierdo".

La tercera y la cuarta se unieron al recuento la noche del 29 de septiembre. Primero ultimó a Elizabeth Stride, a quien provocó una herida que atravesaba su cuello de lado a lado; se cree que la aparición de alguna otra persona causó que Jack se detuviera y no completara su faena carnicera en Berner Street.

Más tarde, en Mitre Square, ultimó a Catherine Eddowes, a quien le arrancó la nariz, le mutiló el rostro y la degolló. También le abrió el vientre desde la vagina hasta el esternón. Jack extrajo el útero (ocupado por un feto, ya que Catherine estaba embarazada) y el riñón izquierdo, el cual se llevó. Y dejó además un mensaje escrito con sangre en la pared: "The jewes are not the men that will not be blamed for nothing". Este mensaje, que incriminaba a los judíos como parte del crimen, fue borrado y ocultado por la policía. Se temía que desatara una ola de antisemitismo.

La quinta y última de sus víctimas oficiales fue Mary Jane Kelly, quien siempre vivió aterrada por la posibilidad de encontrarlo. Su cuerpo fue hallado en el número 13 de Millers Court la noche del 9 de noviembre. Su cabeza estaba separada del cuerpo, y sobre la mesa de noche, junto a la cama, yacían su corazón, sus ojos y sus pechos cercenados. Sus órganos internos estaban esparcidos a su alrededor, había adornado la ventana con sus intestinos y las paredes estaban llenas de sangre.

Scotland Yard se volvió loca tratando de atrapar al homicida. Los medios de comunicación masiva, por primera vez, descubrieron la fascinación que sobre sus lectores ejercían las andanzas de Jack.

Lo mejor fue la reacción popular: cientos de cartas llegaban tanto a los periódicos como a las oficinas policiales, todas firmadas por locos que decían ser Jack.

De ellas, solamente tres fueron auténticas. La primera llegó a la Agencia Central de Noticias el 27 de septiembre; escrita con tinta roja, la firma pasaría a la historia: "Yours truly, Jack the Ripper" ("Suyo afectísimo: Jack el Destripador").

La siguiente llegó a manos de la policía el 30 de septiembre; en ella, Jack se quejaba de no haber podido terminar su labor, ya que no había podido cortar las orejas de su víctima para enviárselas a los oficiales.

La tercera fue recibida el 16 de octubre por George Lusk, director del recién fundado Comité de Vigilancia. La acompañaba un pedazo del riñón extraído a Catherine Eddowes. Jack añadía que se había comido el resto del órgano y el remitente incluía las tres célebres palabras: "From the Hell" ("Desde el Infierno"), así como un poema deficiente:

Seis prostitutas, contentas de vivir
una topa con Jack y solo quedan cinco
cuatro y prostituta riman muy bien,
lo mismo que tres, y yo
incendiaré la ciudad y sólo quedarán dos.

Jack era escurridizo, nadie podía atraparlo, no había señales de él después de cometer sus crímenes. Una teoría afirmaba que era un Hombre Invisible. Es decir, alguien que no desentonaba en absoluto con el ambiente del lugar, o de quien nadie tendría sospechas: un cura, un policía, una prostituta.

También se decía que podía ser alguien que era más conveniente no ver: un hombre poderoso, un miembro de la realeza. Prácticamente cualquiera podía ser. Los principales sospechosos fueron el príncipe Albert Víktor (nieto de la reina Victoria), casado con la prostituta católica Annie Crook; el médico de la Familia Real, William Gull; Aarón Kominski, un polaco judío que sufría de alucinaciones; Montague John Druitt, maestro de escuela y abogado, que se suicidó arrojándose al Támesis, y de quien su familia sospechaba que era el asesino.

Otros sospechosos eran Michael Ostrog, un inmigrante ruso que se dedicaba a robar; el médico estadounidense Francis J. Tumblety, quien huyó a Jamaica y Nicaragua, y que coleccionaba órganos femeninos; Walter Sickert, pintor alemán que usaba como modelos a prostitutas; y George Chapman, acusado oficialmente por Scotland Yard de ser el asesino y recluido en un manicomio; la última tesis postula que se trataba de varios criminales, una especie de sociedad secreta que cometía asesinatos rituales.

Las crónicas de la época hablaban con clínico detalle de las mutilaciones, siguieron casi con placer cada uno de los bizarros elementos de los crímenes, fustigaron a los cazadores, se burlaron de las ridículas pesquisas policíacas, atacaron cruelmente a la prostitución, empezaron el juego eterno de ponerle un rostro a Jack. Eran los medios de comunicación masiva en su estado primitivo.

El supuesto rostro verdadero de Jack, el Destripador, elaborado por computadora

Lo cierto es que a nuestra civilización el misterio de Jack le resulta intensamente atractivo. Miles de personas, a través de los años, se han esforzado por dotarlo de un rostro, de una voz, por descifrar el mensaje oculto detrás de sus crímenes. Seguimos buscado esas líneas dichas en una callejuela oscura, una noche de 1888 a una mujer trágicamente condenada. Jack nos llama desde esas sombras y nosotros acudimos a su llamado.


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